Castellón es conocida no solo por sus bellos pueblos, como el de Peñíscola, sino también por el sobrenombre de la alacena del Mediterráneo. Aun así, no muchos saben que es una fructífera zona vinatera con mucha historia que contar. Tras el desastre de la filoxera, solo quedaron en pie las cepas híbridas, cuya plantación y venta se prohibió, al igual que la comercialización de su fruto, en 1971 con la Ley del Estatuto de la Viña del Vino y de los Alcoholes. Todas las cepas de la región se arrancaron, las familias buscaron otra fuente de ingresos y Castellón vivió durante prácticamente 30 años sin producir una gota de vino.
Sin embargo, la visión de un nuevo siglo trajo el afán de varios municipios por recuperar su tradición vitivinícola y revivir las bodegas que un día ocupaban miles de hectáreas. Ahora la IGP Castellón, que reconoce los vinos producidos en las zonas de Alto Palancia y Alto Mijares, Useras-Vilafamés y Sant Mateu, ha vuelto a poner en valor la tradición vinícola con productores, muchos de ellos noveles, a los que les sobran ganas y pasión.
Sant Mateu
En la comarca del Baix Maestrat, al norte de la provincia, se encuentra la zona vitivinícola de Sant Mateu, que no solo cuenta también con su propia Feria del Vino, sino que ofrece una visión cultural de la tradición entorno al famoso caldo con un Centro de Interpretación del Vino, ubicado en la bodega con más tradición de la zona: Besalduch Valls & Bellmunt.
La raíz de esta bodega se remonta a 1946, cuando la cooperativa de Sant Mateu decide apostar por la viticultura, convirtiéndose en todo un referente hasta que llegó la época de inactividad forzada del sector. Aun así, el empeño de sus socios hizo que renaciera con más fuerza aún, consiguiendo no solo rescatar gran parte de la historia, sino convertirse en uno de los productores con más reconocimientos. Visitas guiadas a sus viñedos y a la bodega, catas personalizadas, cursos, maridajes y escapadas son el grueso de su oferta de enoturismo que conquista a cualquier amante del vino.