Un recorrido por las tres zonas vitivinícolas de una provincia aún por descubrir entre prohibiciones, plagas, historias transoceánicas, viñas recuperadas y, cómo no, muchos brindis.
Castellón es conocida no solo por sus bellos pueblos, como el de Peñíscola, sino también por el sobrenombre de la alacena del Mediterráneo. Aun así, no muchos saben que es una fructífera zona vinatera con mucha historia que contar. Tras el desastre de la filoxera, solo quedaron en pie las cepas híbridas, cuya plantación y venta se prohibió, al igual que la comercialización de su fruto, en 1971 con la Ley del Estatuto de la Viña del Vino y de los Alcoholes. Todas las cepas de la región se arrancaron, las familias buscaron otra fuente de ingresos y Castellón vivió durante prácticamente 30 años sin producir una gota de vino.
Sin embargo, la visión de un nuevo siglo trajo el afán de varios municipios por recuperar su tradición vitivinícola y revivir las bodegas que un día ocupaban miles de hectáreas. Ahora la IGP Castellón, que reconoce los vinos producidos en las zonas de Alto Palancia y Alto Mijares, Useras-Vilafamés y Sant Mateu, ha vuelto a poner en valor la tradición vinícola con productores, muchos de ellos noveles, a los que les sobran ganas y pasión.
Alto Palancia y Alto Mijares
El sur occidental de la provincia, ocupado por las comarcas de Alto Palancia y Alto Mijares, goza de un gran recorrido en el mundo de la viña, presente tanto en las numerosas ruinas que quedaron tras la desaparición de la profesión o incluso en el amplio vocabulario de que algunos estudiosos recogieron de aquellos que habían vivido las tradiciones y probado el sabor del vino de Castellón de antaño.
“Tres fiestas hay en el año, que nos las predica el cura: sacacubo, matapuerco y el día de la fridura”, decía la copla, siendo el sacacubos la fiesta en la que se pasaba el vino del cubo de fermentación a otros recipientes, como garrafas o toneles, y que hoy en día sigue celebrándose, en el mes de octubre, en pueblos como Montán.
En cuanto a bodegas, destacan tres, repartidas por diferentes municipios. La Cooperativa de Viver, que comenzó su historia hace más de 30 años como almazara, es considerada como una de las mejores cooperativas a nivel estatal gracias al empeño de sus socios. Ahora, Fernando Marco y Cati Corell reciben a los visitantes para ofrecerles un gran abanico de actividades entorno a la agricultura y el mundo del vino.
Una de ellas es La piel de la vid, en la cual se recorre la viña, se conoce la bodega y se catan tres de sus vinos, maridados con un almuerzo con productos de su cooperativa. También se celebra, cada mes de agosto, el Viver Wine Fest, donde se puede disfrutar de barra libre de todos sus vinos, degustación de gastronomía local y música en directo.
Los viñedos ecológicos de la Bodega Alcoví constituyen otro de los buenos ejemplos de vinos castellonenses. Sus ocho hectáreas de viñedos, ubicados en el Parque Natural Sierra Espadán y rodeados de alcornoques, almendros, pinos y olivos, crecen protegidos de los vientos del norte. En cuanto a la bodega Vega Palancia, las raíces de sus viticultores se hunden en siglos de dedicación al cultivo de la vid y la elaboración del vino. El negocio, ubicado en una antigua casa a las afueras de Azuébar, apuesta por el trabajo manual en las seis hectáreas de terreno donde crece su tesoro más preciado.
Otra bodega que presta un especial cuidado por el medioambiente es Almarós, en Soneja, donde las nuevas tecnologías y los principios biodinámicos se apoyan en un calendario de actividades marcado por la astrología. A tan solo 30 km del mar, rodeadas de bosque y en un entorno natural idílico, estas viñas dan como fruto un vino flor que se puede probar en sus visitas, catas y degustaciones.
Les Useres – Vilafamés
Es en este espacio, compartido por las comarcas de la Plana Alta y Alcalatén, donde se encuentra la mayor concentración de bodegas incluidas en la IGP. Vilafamés, Les Useres y Benlloch son los tres municipios donde se ubican algunas de las bodegas con más solera de la provincia, siendo la zona con más viñedos de esta. Sin ir más lejos, Les Useres cuenta con más de 100 hectáreas, constituyendo por sí misma todo un paisaje del vino en la comunidad.
Conocido como el pueblo del vino, Les Useres guarda una tradición vitivinícola que se refleja en los numerosos y pequeños lagares o construcciones de producción de vino ya en desuso que salpican el paisaje de viñas, además de las bodegas familiares que mantienen vivo el legado y su feria anual dedicada al producto de su trabajo.
Una de ellas es Barón d’Alba, con 15 hectáreas de viñedos de la variedad Macabeo, Cabernet Sauvignon, Garnacha, Merlot, Monastrell, Syrah y Tempranillo. En sus instalaciones se celebran, además de visitas y catas en la bodega, eventos como fiestas y bodas, dada la belleza del entorno y de la construcción. Entre sus vinos, el tinto de barrica y de crianza y el Clos d’Esgarracordes, hecho con las variedades gewürztraminer y viognier.
Siguiendo la famosa Ruta de las Viñas, un recorrido de 13 km entre vides y uvas, se encuentra la Bodega Flors, dirigida por Vicente Flors, que dejó su trabajo en un banco para cumplir su sueño de recuperar la actividad vitivinícola de la familia. Las cepas de más de 60 años se suceden en filas frente a la encantadora construcción de piedra donde organiza una famosa cata bajo las estrellas dirigida por el astrónomo Germán Peris Luque y amenizada por la deliciosa propuesta de La Cuina de Fernando.
Más allá de la bodega Les Useres, premio a Mejor Bodega Nacional en 2011 y la bodega Magnanimvs, en Vilafamés, ambas con una interesante propuesta de enoturismo, se encuentra la bodega Bellmunt & Oliver Viticultors, en la localidad de Cabanes, que apuesta también por los espumosos y los métodos tradicionales.
En el municipio de Torreblanca, a 4 km del Mediterráneo, la bodega Mas de Rander se esconde entre suaves montes. Bioclimática y ecológica, su cubierta vegetal preserva las temperaturas del 90% de sus instalaciones, que están bajo tierra. Vino tinto, blanco, rosado y mistela –la única que se cría en barrica en todo el país–, ocupan sus lineales en una bodega que ha conseguido el primer vino de la provincia con certificación deagricultura ecológica.
Sant Mateu
En la comarca del Baix Maestrat, al norte de la provincia, se encuentra la zona vitivinícola de Sant Mateu, que no solo cuenta también con su propia Feria del Vino, sino que ofrece una visión cultural de la tradición entorno al famoso caldo con un Centro de Interpretación del Vino, ubicado en la bodega con más tradición de la zona: Besalduch Valls & Bellmunt.
La raíz de esta bodega se remonta a 1946, cuando la cooperativa de Sant Mateu decide apostar por la viticultura, convirtiéndose en todo un referente hasta que llegó la época de inactividad forzada del sector. Aun así, el empeño de sus socios hizo que renaciera con más fuerza aún, consiguiendo no solo rescatar gran parte de la historia, sino convertirse en uno de los productores con más reconocimientos. Visitas guiadas a sus viñedos y a la bodega, catas personalizadas, cursos, maridajes y escapadas son el grueso de su oferta de enoturismo que conquista a cualquier amante del vino.
Canet lo Roig, un municipio de menos de mil habitantes, cuenta también con dos bodegas reconocidas: Vins l’Estanquer y La Canetana. La primera de ellas, que nació como una bodega familiar para autoconsumo, se ha abierto al público en una antigua casa del siglo XIX donde se puede conocer parte de la cultura del vino de la comarca y conocer sus procesos. Además de visitas y maridajes se realizan catas con música en directo y la fiesta de la vendimia, entre muchas otras actividades.
En esta región, que en su época dorada llegó a exportar a gran parte de Europa, se encuentra también La Canetana, un negocio fundado por dos belgas que se enamoraron de España y de una bodega abandonada que transformaron en un éxito. La pareja decidió formarse como viticultores, enólogos y sumilleres no solo para hacer vinos de gran sabor, sino para ofrecer experiencias con la mejor calidad.
Y en Benicarló, casi rozando el mar, el Celler del Vino Carlón cumple la importante tarea de recuperar un vino con mucha historia al otro lado del océano Atlántico: el Carlón. Este caldo, desaparecido durante años y tan famoso en la región, fue el vino español más consumido en países como Argentina. A lo largo de cuatro siglos, este producto fue el principal precursor de la boyante economía en la localidad y la comarca.